Cuando entró en el baño, le vinieron a la mente millones de cosas. ¡Es increíble cuánto poder tiene un olor determinado en la mente humana! Ese olor a desinfectacte de los baños de un bar. Ese mismo, le recordaba a ella. Pero empecemos desde el principio. Marcos era un tío normal. No era alto ni bajo, gordo ni flaco, no era fuerte pero tampoco débil. Creo que ahora los llaman de alguna manera, algún nombre inventado después de los metrosexuales, los nerds, los freakies... No tengo ni idea. El caso es que era un tío normal. Lo había sido desde siempre. Pero era gracioso, y buena gente. Lo suficiente para no comerse una rosca, vamos. Hasta que llegó ella. Luisa. Era tan perfecta... Preciosa, simpática, alegre, optimista, inteligente...El tipo de chica que nunca se hubiera fijado en él (según sus criterios, claro). Pero este destino cruel, ¡ay, mi madre! Se enamoró perdidamente de Marcos. No sabemos cómo ni por qué, supongo que le recordaba a alguien. Pero se enamoró. Su primer amor. Se conocieron en un bar, en la puerta del baño, donde se conocen más personas que en un programa de televisión de citas o en una página de internet. Y es que la cola de los baños tiene algo. Urgencia, mareo, alegría o tristeza empujadas ambas por el alcohol y la noche. Esa noche... Estaban allí, los dos, esperando...y ella le habló. Al principio él no supo que decir, pero el ron también hace efecto en los tíos normales, así que supo contestar. Después de esa noche, pasaron de colegas a confidentes, de confidentes a amantes. Y finalmente, aunque Marcos no sabía cómo afrontar este hecho, se portó como un hombre e hizo de ella una novia feliz. La agasajaba, la mimaba, miraba por ella. La hacía reír, y mucho. Era un regalo que le había dado la vida y la cuidaba como si de un jardín se tratase, regando cada día esa relación. Pero como ya he dicho antes, el destino es cruel. Un día, de repente, su historia se acabó. Después de dos años ella le dijo que ya no era feliz y que cada uno por su lado. Marcos aceptó, como cualquier animalito abandonado en la cuneta acepta su destino. No hizo de ello un drama, no la puso entre la espada y la pared, simplemente, la dejó marchar. No sin sentir que su corazón se partía en dos y que su vida había terminado para siempre. Después de la ruptura, se dedicó a hacer lo que cualquier amigo le aconsejaba... Salir de copas, emborracharse, ya llegará la buena, no era para ti... Pero él sabía que Luisa había sido la mujer de su vida, y de muchas vidas. Marcos no dejó de pensar en ella ni un segundo. Ni cuando estaba con alguna otra que había conocido en el baño, o en la barra, o con la prima de algún amigo. Ninguna era Luisa. Un año después, ahí estaba. En otro baño, con tres cervezas en el cuerpo y escuchando los gritos de la gente por el partido de fútbol. Laura le estaba esperando...llevaba toda la noche encima de él. Y es que cuanto menos caso haces a una persona, más están por ti, lo dicen todas las reglas de la conquista y las relaciones. Cuando salió del servicio de caballeros, oyó una voz familiar, cálida, femenina, que le dijo muy bajito y con tono de reproche: “Nunca te importé, ¿verdad? Nunca me quisiste. Ha pasado un año y ni siquiera me has buscado. Te amaba Marcos, eras el amor de mi vida, y te fuiste sin decir nada. Lo que empezó siendo una broma se convirtió en algo serio cuando me di cuenta de que no sentías nada por mí. Eres la persona más cruel que he conocido. Cómo pudiste engañarme durante dos años para luego dejarme tirada...Nunca voy a superar esto, Marcos. Eres el culpable de mi infelicidad.”
jueves, 22 de octubre de 2015
miércoles, 7 de octubre de 2015
La vida empieza a los cuarenta
Cuenta la leyenda que un carpintero acompañó a un amigo a un casting y fue elegido como actor en lugar de su amigo. Pasó de hacer los decorados a formar parte de ellos. Encontró un cambio de vida, un giro que le hizo muy famoso y querido en el mundo entero. Su nombre: Harrison Ford. Este gran hombre apenas llegaba a la cuarentena cuando sucedió el hecho. Ella tenía aún sueños sin cumplir, pero casi estaba en los cuarenta. Creía que era tarde para empezar a cumplir sus sueños, que era mayor para perseguirlos, o que ya no quedaba ninguno. Entonces se acordó de esa historia. Recordó que alguien se volvió actor, y uno de los grandes, a esa edad, recordó que una mujer que conoció sacó unas oposiciones a esa edad. También recordó que los sueños no tienen una edad en la que aparecer, ni fecha de caducidad. Que a veces cuando persigues uno puedes encontrar otros, y pueden ser mejores. Cuando descubrió el mundo, se dio cuenta de que debía ganar aún muchas batallas. Nadie tiene un libro mágico que le explique cómo vivir la vida, nadie sabe nada de nada. Lo único que es cierto en toda esta historia de vivir, es que la vida empieza cada día, que nunca sabemos qué hay tras la puerta que elegimos abrir, y que no importa la edad que tengas mientras sigas luchando...
sábado, 3 de octubre de 2015
Un día en Lake City
Érase una vez una niña muy muy feliz. Tenía todo lo que cualquier niña podía desear. Una buena familia, hermanos y hermanas, un lindo gatito, una casa de campo, muchos juguetes, amigos en el cole... Una interminable lista de sensaciones internas y cosas materiales que la hacían reír a carcajadas todo el tiempo. “Tu sonrisa es tu mejor arma”, le decía su madre. “Cuidala bien”.
El tiempo fue pasando y nuestra niña se hizo mayor. Nunca le faltaron amigos, pretendientes, familia o cosas materiales que disfrutar. Nunca se olvidó de sonreír. Por aquel entonces, ya casi al término de su carrera como futura y exitosa abogada, y con una nota media de 10, nuestra no tan niña decidió hacer un viaje con sus compañeros de clase. Pasar un día en Lake City sería estupendo. Roger, su más querido mejor amigo, y como no, su más secreto admirador, iba sentado junto a ella en el coche de Evan. Miraban el paisaje por la ventana y hablaban de su futuro. Roger pensaba en ello de forma mecánica, dando por hecho que nuestra mujercita sería su mujercita algún día. Sin embargo, ella quería otras cosas, quería éxito, quería salvar el mundo, defender a los débiles, incluso robar a los ricos para repartirlo a los pobres. Ella tenía pasión por la vida. Hablaban y hablaban sin decirse ninguna verdad a la cara, de cosas triviales y tópicos fáciles, y ninguno se dio cuenta realmente de lo que pasó. Evan, de repente se quedó inmóvil, pero el coche no era parte de él. Así que el coche no se paró.
Lo siguiente que nuestra mujer recuerda es una pulcra habitación de hospital, murmullos, susurros, gente que entra y sale...después ya no viene nada a su memoria hasta que no está en su antigua habitación, en casa de sus padres, con su madre mirándola con cara de preocupación. Ella sólo pudo decirle... “mamá, debes sonreír, es nuestra mejor arma, ya lo sabes”.
Años más tarde, Yvonne salió triunfante en otro juicio medioambiental frente a una multinacional que perjudicaba precisamente a Lake City, aquel pueblo. Se había hecho un nombre, era famosa por no perder un sólo caso, pero sólo aceptaba aquellos con los que su moral estaba de acuerdo. Ese día, rodaba por los pasillos del juzgado pensando en Roger, en que nunca llegó a decirle que poco a poco se había enamorado de él, que nunca lo superaría. Se dijo a sí misma que ojalá tuviera la oportunidad de decirle que hubiesen sido muy felices juntos si él también hubiera sobrevivido al accidente, como lo hizo Evan, su Evan, alguien a quien nunca amaría tanto pero al que siempre le daría todo. De repente, una niña pequeña saltó a su silla de ruedas y acurrucándose en su regazo le dijo: “Mamá, ¿me paseas un rato?” Yvonne sonrió y le dijo: “A cambio de una sonrisa, mi amor”.
viernes, 2 de octubre de 2015
LA VIDA
Dicen que dejas de luchar cuando te mueres. Tal vez sea verdad. La vida es como una montaña rusa, no como una caja de bombones... la peli estaba equivocada. Cada día piensas un plan nuevo, una alternativa por la que ir, te ilusionas, parece que todo va a ir por ese camino, y de repente, la nada. Todo se va al garete y tienes que buscar una nueva meta, porque la anterior no te sirve. Las personas convencionales, con relaciones convencionales y vidas convencionales, te hacen pensar que en algún momento te equivocaste, y que eso no se puede consentir. Te miran con lástima y piensan que no estás centrada, que tienes algún tipo de problema. Luego están los que son como tú, están igual de perdidos pero fingen que no lo están. Llenan su vida con numerosas acciones que los llevan a un letargo permanente de imbecilidad que les hace pensar que son felices, cuando en realidad quieren esa vida convencional. Lo que no saben es que esa vida convencional no se hizo para todos, ni tampoco es perfecta. Porque los que están atrapados en ella sueñan secretamente con tener algo de lo que tienen los demás, los no convencionales. De ahí las aventuras extramatrimoniales, el síndrome de nido vacío, incluso las críticas a los que no son como ellos. Luego hay unos pocos, eso sí, que son felices. Lo son a su manera. Encuentran sus propias metas, luchan por conseguirlas e ignoran las opiniones de los demás a no ser que sean constructivas para ellos. Pero esos, querido amigo, son una especie en extinción. La mayoría se enfrentan a su propia montaña rusa. Algunos van por la línea recta del raíl, son los que viven en la rutina. Su vida es aparentemente perfecta, sobre todo a ojo de los demás, aunque saben que algo falta. Otros, sin embargo, se lamentan de tener que luchar tanto por cada una de las cosas que la vida les ofrece, porque al parecer a los demás la vida se lo regala todo (error, les regala lo que ellos quieren pero no les sirve porque no es eso lo que desean). En fin, un galimatías. Lo único cierto es que poca gente cumple lo que promete, las palabras se las lleva el viento, y la vida de los demás es tan mala como la nuestra. Si hay que luchar y no se tienen fuerzas, hay que buscarlas, porque seamos serios, la lotería no nos va a tocar ni el trabajo nos lo van a ofrecer ni el amor llamará a nuestra puerta con caballo blanco o pelo rubio largo, lo que más os convenga. La vida es lucha, sea cual fuere la religión que profeses, o la familia de la que provengas. Estaremos más o menos perdidos en la medida en que seamos o no nosotros mismos, pero la vida es una jodienda que merece la pena vivir. Lo dicho, si nos empeñamos en ir por un camino y no sale, mejor inventar otro. Al fin y al cabo, a nadie le gusta ir pisando piedras todo el rato.
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