Emocionada como una niña, miraba cada tarde por la ventana. Era precioso, música tranquila, ojos soñadores. Podía ver bien poco a través de sus rejas, pero moría cada tarde por ver el paisaje y relajarse, por seguir soñando. Árboles, una vieja fachada, algunas flores, la casi imperceptible telaraña... Incluso a veces le parecía oír pájaros cantar. Pasaron meses y todo cambió. Ya no agonizaba por ver el paisaje, ya no sentía que podía viajar a otros mundos desde un cómodo sillón. Ahora le aburría el mismo árbol, la misma casa, la misma flor. Menos mal que su mentor estaba allí, y podía cambiar el fondo para volver a hacerla soñar. ¿Quién necesitaba un mundo en la superficie cuando se podía tener todo allí abajo?

No hay comentarios:
Publicar un comentario